Cartas con Geraldino Brasil, de Jaime Jaramillo Escobar






Rolaremos juntos pelo mar…
Carlos Drummond de Andrade

Muchos de los lectores de este libro no han recibido nunca una carta por correo postal. Otros no recibimos una hace ¿diez, quince años? Mientras leía me preguntaba cómo lee un libro de cartas una persona que nunca ha esperado, recibido, estrechado contra su pecho, abierto rasgando el sobre, desdoblado, leído y releído una sola carta en su vida.

Pero la pregunta es casi retórica, y quizá aplique para otros volúmenes de correspondencia, no para este. Porque en determinado punto, a medida que uno avanza por las páginas de este libro, deja de leer la conversación de dos personas sensibles y delicadas que se encontraron en el correo, y comienza a leer, casi sin advertirlo, un monólogo. Esas dos voces, que en las primeras páginas hacen reverencias y se tratan de “usted”, van acercándose, rondándose y confundiéndose hasta disolverse en una sola. Y la conclusión es bonita: los espíritus sensibles y delicados se parecen supongo que los rastreros también. Podrán existir muchos poetas, pero la poesía es una sola. Y allí se encuentran los poetas verdaderos, en la poesía.

“La vida perdió su antigua simplicidad”, dice el poeta Geraldino Brasil al poeta Jaime Jaramillo Escobar en la página 97 de este libro, que recoge fragmentos escogidos de las cartas que se cruzaron los dos entre 1979 y 1996. Pues bien, ambos destacan aquí la antigua simplicidad de la vida mostrándola, compartiéndola, comentando sus detalles: “La tranquila noche de la costa deja pasar el viento entre los dormidos (p. 38)”; “Los pregones cantan los títulos de los periódicos, los helados van por las calles precedidos de música y campanillas” (p. 85); “Hay un adiós en los puertos que se ahonda más en cada uno que llega, un adiós que siempre está creciendo, que se escucha en el mercado y en las noticias de la radio. Cuando tú llegas a un puerto, de una vez te dice adiós, por si acaso ya te vas” (p. 37); “Cuando me comparo con un pintor de paisajes, no es al artista que contempla y transforma, sino al que después de su creación da la espalda al paisaje y regresa a su estudio con el caballete bajo el brazo por praderas y caminos cuyas formas, luces y colores, constituyeron para él las emociones de ese día” (p. 35); “un mal poeta, en su mesa, componiendo pésimos poemas para su amada que los rasgará al recibirlos, eso ya es poesía” (p. 75). Entre las citas hay frases de Geraldino y de Jaime. ¿Podría saber quién dijo una y quién otra? Es una sola voz la que habla en este libro. La voz que habita en la poesía.

Los temas son muchos: libros, poetas amigos, poetas vivos y muertos, descomposición social, música andina y música brasilera, pintura. Pero también hablan de la empleada doméstica que no llegó a casa, de la viejita que no recibía la pensión, de discusiones familiares, de paseos, de caminatas que no llegan a ninguna parte. De la muerte y de la vida, de traducción: el intercambio empezó cuando Jaime Jaramillo quería traducir a Geraldino, y le escribió para conocerlo mejor, para comprender sus intenciones. “He modificado casi todos los títulos, como se hace con las películas para adaptarlas a un nuevo público; he cambiado de lugar algunos versos y he suprimido otros cuya correspondencia en castellano pierde sentido. Los versos suprimidos los he reemplazado por nuevos, que le pertenecen legítimamente al poema, puesto que han sido inspirados en él”, explica un poco su método Jaramillo en la página 32. Y más adelante: “Quizá mis traducciones puedan ser objetadas como abuso de confianza […] Hasta que una traducción no me conmueve, no la considero terminada”.

Este libro está atravesado por la poesía, inspirado por ella, habitado. Dos almas que son una sola, y que nos dejan conocer de pasada la manera en que ven el mundo. Que recuerdan, que sueñan y evocan. Al señalar ellos los paisajes, las atmósferas, las personas que los conmueven, que los animan, nos los muestran a nosotros. Como buenos maestros, nos sugieren hacia dónde mirar para ver lo esencial. “En tierras de mi padre venía de pronto una mañana, sobre los cafetos, la marea de los azahares. El vaho de los potros y de los becerros era inseparable de aquella mañana. Y no hay sobrevivientes” (p. 22). “Voy a demandar a Creusa por daños y perjuicios, pues cuando yo desembalé su cuadro, el mar inundó el apartamento y el diccionario salió navegando por la puerta” (p. 55).

Esta Correspondencia con Geraldino Brasil, de Jaime Jaramillo Escobar, se anuncia como el primer volumen de la Colección Cartero de la editorial Tragaluz, siempre tan fina y atildada. Recuerda esa emoción cuando rasgábamos los sobres que llegaban de lejos, porque tiene un pequeño sello que debe romperse para abrir el libro. Y tiene otras sorpresas en el diseño que no voy a adelantar aquí. Esperemos más bien que vengan otros intercambios epistolares, y así de pronto pueda responder la pregunta que me hacía mientras avanzaba en la lectura: cómo leen cartas quienes no han recibido una. Esa lectura será nueva, y valdrá la pena conocerla. Ya lo dice el propio Jaramillo Escobar en la noticia preliminar: “este volumen recoge sólo fragmentos seleccionados, a fin de llevar a sus numerosos lectores una semblanza de Geraldino Brasil que revela su personalidad, en el modo íntimo de la correspondencia postal que tanta importancia conservara hasta finales del siglo XX, reducida para el XXI a medias palabras y letras sueltas en las populares redes sociales”.


Jaime Jaramillo Escobar, Cartas con Geraldino Brasil, Medellín, Tragaluz Editores, Colección Cartero, 2011. 

Comentarios

Gustavo Löbig ha dicho que…
Hola! Me gusta la cercana comprensión que tienes de la poesía, llegan tus palabras. Te invito a comentar cualquier artículo que despierte tu interés en este blog sobre temas polémicos: http://raguniano.blogspot.com/
Camilo Jiménez ha dicho que…
Gracias, Gustavo. Me pasaré por allí. Saludos.
Ángela Cuartas ha dicho que…
No lo he leído(creo que ni siquiera existe en Brasil). Para consolarme me compré uno de cartas entre Clarice Lispector y Fernando Sabino que recomiendo mucho.