Rating, de Alberto Barrera Tyszka





En la industria televisiva hay una sola cosa que importa, y es la que le da título a esta novela. Todo lo demás es accesorio. Todo lo demás puede discutirse, cambiarse, replantearse, negociarse. El rating no; si un programa no arroja los resultados esperados de audiencia, se acaba y punto, por más entrañable que sea para el público, por más calidad que muestre, por más comentarios positivos que genere, por más inversión que haya representado para el canal que lo produjo. En televisión, el rating catapulta un bodrio a la categoría de obra maestra o sepulta en el olvido un producto significativo. Todo en la televisión depende de una cifra.
Alberto Barrera Tyszka lo sabe: ha escrito libretos de telenovelas durante veinte años para canales de varios países. Conoce con detalle la mecánica del melodrama, así como toda la maquinaria que se necesita para poner esa historia en una parrilla de programación. Conoce las respuestas del público, las reacciones de los vicepresidentes y productores de un canal, los vicios de sus colegas, las motivaciones de los actores recién llegados y viejos. Y todo eso lo comparte en esta novela, donde los destinos de tres representantes de la industria se trenzan alrededor una idea descabellada.
Manuel Izquierdo es un libretista que acaba de cumplir cincuenta años. Algunas de sus piezas han sido favorecidas con buenas cifras de rating, pero ahora está un poco en la mala, hace años que no pega un éxito de verdad. Es cínico, inteligente, terco; en algún momento expresa su deseo de escribir un manual donde compartirá todos los secretos de su oficio, que piensa titular Instrucciones para hacer llorar a una mujer. Rafael Quevedo es vicepresidente de Proyectos Especiales en la programadora, ha sido productor de gran éxito pero también está en un mal momento, aunque planea su gran regreso. (Se sabe que cuando a un alto ejecutivo de una compañía lo envían a Proyectos Especiales, es porque están a punto de echarlo a la calle; Proyectos Especiales es la última oportunidad de salvar el pellejo.) Su asistente es un joven que recién llega al canal, Pablo Manzanares, estudiante de Letras, hijo de un antiguo trabajador de la empresa.
“Una de las grandes tragedias de la industria de la televisión son las ideas. Porque todo el mundo tiene ideas. Los dueños del canal, los presidentes corporativos, los hijos de los dueños del canal, los gerentes, los directores de áreas, los sobrinos de los dueños del canal, los ejecutivos de cuentas…” (p. 14). Y Rafael Quevedo tiene una idea que sacará al canal del segundo lugar del rating y a él de Proyectos Especiales. Rafael Quevedo tiene la gran idea de hacer un reality show con indigentes. Sí. Todos abren la boca, pero el tipo está convencido: “Tenemos que asesorarnos con el departamento legal, cuidar las formas, no nos vayan a joder ahora con esa moda de los derechos humanos”, dice. Encarga a Pablo de buscar a los indigentes y a Izquierdo de armar una historia alrededor de cada uno, para meterle más dramatismo a todo el asunto. En el proceso convienen en que mejor lo hacen con damnificados del invierno, casi lo mismo pero con “contenido social”. El ganador se quedará con una casa.
Mientras diseñan toda la estrategia, Pablo y Manuel se reúnen, y es en sus conversaciones donde vamos descubriendo el cinismo del libretista y la personalidad medio pusilánime del asistente, que con el tiempo se irá despejando. “En las telenovelas, las mujeres no tienen otro tema que los hombres ni otro destino que el matrimonio” (p. 196); “A nadie le interesa el amor. La audiencia, en el fondo, sólo quiere ver las dificultades del amor. Todo el mundo sabe, aun antes de que comience, cómo finalizará la obra. Todo el mundo sabe quiénes quedarán juntos y serán felices. Lo único que quieren ver es lo que está en el medio: cómo les cuesta llegar a ese final” (p. 186); “una telenovela se construye, día a día, con un treinta por ciento de información nueva y con un setenta por ciento de reiteración” (p. 153); “Es una ley implacable del melodrama: el objeto de tu venganza es, también, el objeto de tu amor” (p. 66).
A medida que avanzan los tres con su parte del maravilloso reality vamos conociendo el tras bambalinas del melodrama televisivo, recordamos las viejas glorias de la radio que fueron mudando a la pantalla y las que se quedaron en el camino, nos enteramos de los trucos de los viejos libretistas, conocemos la mecánica tanto de las historias como de la industria que las promueve. Es un retrato –benevolente a ratos, a ratos amargo– de ese producto único de América Latina que es el culebrón. “Todo el mundo sabe que la vida misma no siempre suele ser tan excitante, tan acontecida, como las vidas que se cuentan en una telenovela. En la vida misma, una sola persona no suele quedar paralítica, amnésica y ciega, en varias oportunidades y de manera sucesiva, en menos de seis meses. En la vida misma el primo de la hermana de un tío no suele ser casi siempre tu verdadero padre, quien por cierto estuvo preso unos años, después de trabajar como contrabandista pero antes de convertirse en sacerdote. En la vida misma todos solemos tener otros deberes aparte de enamorarnos” (p. 110).
Pero esto no es todo: cada uno de estos personajes tiene su propia vida por fuera del canal, del programa. Pablo se enreda con un expolicía al que le dicen Chuleta, se desenamora de una compañera de la facultad y se vuelve a enamorar, pierde la inocencia con una actricita en busca de una oportunidad, visita a su padre en el manicomio, se emborracha con Randy, su pana… Manuel Izquierdo comienza a escribir una especie de memorias y a dictarle a Pablo sus Instrucciones para hacer llorar a una mujer: “el llanto de las mujeres se divide en tres categorías. El pujito, el jimoteo y la llorantina...” (p. 132), recuerda sus viejos amores y los tiempos de excesos y esplendor. Rafael Quevedo sigue adelante, empeñado en sacar a flote el canal y por ahí derecho su vida…
Una novela entretenidísima y muy bien armada, que refuerza en el lector algunas ideas que seguro tiene de la televisión, pero que al tiempo muestra la parte entrañable y bonita de un género que, según muchos, define el alma latinoamericana: “Fue el gran momento de nuestra industria. Por fin entendimos que la cursilería también podía ser un producto de exportación” (p. 30).
A quien le queden dudas, en este enlace puede ver una charla del autor sobre el melodrama, titulada "Cómo morir de amor". Es tan divertida como la novela.


Alberto Barrera Tyszka, Rating, Barcelona, Anagrama, 2011.


Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Barrera Tyszka es uno de los pocos escritores que ha logrado romper las fronteras editoriales que hacen màs conocidos en Colombia a autores del viejo mundo que de Paraguay, Ecuador o Venezuela. Claro, de la mano de la antigua casa de Herralde.
Angel Castaño G.
Anónimo ha dicho que…
Excelente reseña, con citas, como me gusta. hoy por hoy, dificil de leer critica decente. Me alegra que hayas vuelto Camilo.

chaly2
Carlos ha dicho que…
Camilo, suena muy bien esa novela; haciendo memoria concluyo que en venezolanos ando muy mal: sólo he leído País portátil de Adriano González León. Creo que este año leeré Doña Bárbara.
Anónimo ha dicho que…
Camilo, me encantaria que le echaras un ojo a la CArroza de Bolivar, de ROsero.