En Hildebrando, la conmovedora y divertida novela del médico
antioqueño Jorge Franco Vélez, uno de los personajes traza una bonita
diferencia entre un profesor y un maestro. Compara al profesor con el granjero
que echa alimento a sus gallinas y se va a seguir con sus labores, y al maestro
con el granjero que echa alimento a sus gallinas y se queda con ellas para
asegurarse de que coman. Todos tuvimos al menos un maestro en nuestra escuela o
en la universidad: esos tipos —o esas damas— comprometidos con su labor,
apasionados con su área de conocimiento, comprensivos con sus discípulos más
allá de todo límite. Esa persona o ese par de personas —los maestros son
escasos— nos cambiaron la vida, nos ayudaron a encontrar una vocación, nos
hicieron mejores personas.
Piense en los suyos… Los míos
fueron el hermano Urbano Duque, que usaba sus clases de religión en quinto de
primaria para leernos con perfecta entonación las historias del padre Brown, de
Chesterton, y Óscar López Castaño, que en noveno grado me enseñó otra forma de
leer y de asumir la literatura. Gracias al hermano Duque y a Óscar López soy
ahora lo que soy. Piense en los suyos…
Hace unos días necesité luces para
escribir un texto que hablaba de educación, de compromiso, y aproveché para
leer de una buena vez un libro que he visto citado durante casi toda mi historia
de lector: Juan de Mairena,
de Antonio Machado. Se trata, como dice el subtítulo, de una colección de
“sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo”. Mairena
reúne en sí lo mejor de todos los maestros, y le agrega la duda y la ironía extremas.
Encontramos la nuez de su programa educativo en la página 167 del tomo 1:
“enseñarle a repensar lo pensado, a desaber lo sabido y a dudar de la propia
duda, que es el único modo de empezar a creer en algo”. Y más adelante,
completa: “Nosotros estamos aquí para desconfiar de todo lo que se dice. Tal es
el verdadero sentido de nuestra sofística”. Y luego una precisión más sobre el
sentido de su labor educativa: “Vosotros sabéis que no pretendo enseñaros nada,
y que sólo me aplico a sacudir la inercia de vuestras almas, a arar en el
barbecho empedernido de vuestro pensamiento, a sembrar inquietudes”.
El libro está dividido en
capítulos, cada uno de ellos compuesto por textos breves que recogen fragmentos
del discurso de Mairena en sus clases o en el café, escenas y momentos en el
aula, reflexiones del maestro de Mairena, Abel Marín. Hay en ellos narración,
descripción, reflexión. Mucho humor. Duda y más duda. Ironía absoluta. Los
temas son la vida —nada más ni nada menos—, el pensamiento y las maneras de
pensar, el compromiso, las costumbres que damos por sentadas. También la
política, la tauromaquia, la religión, el teatro, la escritura, la poesía.
Es uno de los libros más
divertidos que he leído, y al tiempo uno de los más sabios. Comparto aquí
algunos fragmentos que transcribí en mi cuaderno, que quieren servir apenas
como invitación a leer esta obra eterna. Buen provecho.
Juan de Mairena
(fragmentos)
Cuando se ponga de moda hablar claro, ¡veremos!, como dicen
en Aragón. Veremos lo que pasa cuando lo distinguido, lo aristocrático y lo
verdaderamente hazañoso sea hacerse comprender de todo el mundo, sin decir
demasiadas tonterías. Acaso veamos entonces que son muy pocos en el mundo los
que pueden hablar, y menos todavía los que logran hacerse oír.
--
En una Facultad de Teología bien organizada es
imprescindible —para los estudios de doctorado, naturalmente— una cátedra de
Blasfemia, desempeñada, si fuera posible, por el mismo Demonio.
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Agrada la modestia, pero no el propio menosprecio.
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Un hombre público que queda mal en público es mucho peor que
una mujer pública que no queda bien en privado.
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Poesía, señores, será el resultado obtenido después de una
delicada operación crítica, que consiste en eliminar de cuanto se vende por
poesía todo lo que no lo es.
--
Es cosa triste que hayamos de reconocer a nuestros mejores
discípulos entre nuestros contradictores, a veces en nuestros enemigos, que
todo magisterio sea, a última hora, cría de cuervos, que vengan un día a
sacarte los ojos.
--
Debemos ser indulgentes con el pensar más o menos gallináceo
de nuestro vecino.
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El tema es original, quiero decir que es viejo como el
mundo.
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De cada diez novedades que se intentan, más o menos
flamantes, nueve suelen ser tonterías; la décima y última, que no es tontería,
resulta, a última hora, de muy escasa novedad.
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Los ojos de un gato negro
—dos uvas llenas de sol—.
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Dialoguillo entre un borracho cariñoso y un sordo agresivo:
—Chóquela usted.
—Que lo choquen a usted.
—Digo que choque usted esos cinco.
—Eso es otra cosa.
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Los honores —decía mi maestro— deben otorgarse a aquellos
que, mereciéndolos, los desean y los solicitan. No es piadoso abrumar con
honores al que no los quiere ni los pide.
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Estamos abocados a una catástrofe moral de proporciones
gigantescas, en la cual sólo quedan en pie las virtudes cínicas.
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Un Dios existente —decía mi maestro— sería algo terrible.
¡Que Dios nos libre de él!
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No os asustéis. El Demonio, a última hora, no tiene razón;
pero tiene razones. Hay que escucharlas todas.
--
Las razones no se transmiten. Se engendran, por cooperación,
en el diálogo.
--
Contaba Mairena que había leído en una placa dorada, a la
puerta de una clínica, la siguiente inscripción: “Doctor Rimbombe. De cuatro a
cinco, consulta a precios módicos para empleados modestos con blenorragia
crónica”. Reparad —observaba Mairena— en que aquí lo modesto no es precisamente
el doctor, ni, mucho menos, la blenorragia.
--
El mal lo han visto muchos, sobre todo el gran público, que
no es el que asiste a las comedias, sino el que se queda en casa.
--
Pláceme poneros un poco en guardia contra mí mismo. De buena
fe os digo cuanto me parece que puede ser más fecundo en vuestras almas,
juzgando por aquello que, a mi parecer, fue más fecundo en la mía. Pero ésta es
una norma expuesta a múltiples yerros. Si la empleo es por no haber encontrado
otra mejor. Yo os pido un poco de amistad y ese mínimo de respeto que hace
posible la convivencia entre personas durante algunas horas. Pero no me toméis
demasiado en serio. Pensad que no siempre estoy yo seguro de lo que os digo y
que, aunque pretenda educaros, no creo que mi educación esté mucho más avanzada
que la vuestra. No es fácil que pueda yo enseñaros a hablar, ni a escribir, ni
a pensar correctamente, porque yo soy la incorrección misma, un alma siempre en
borrador, llena de tachones, de vacilaciones y de arrepentimientos. Llevo
conmigo un diablo, no el demonio de Sócrates, sino un diablejo que me tacha a
veces lo que escribo, para escribir encima lo contrario de lo tachado; que a
veces habla por mí y otras yo por él, cuando no hablamos los dos a la par, para
decir en coro cosas distintas. ¡Un verdadero lío! Para los tiempos que vienen, no
soy yo el maestro que debéis elegir, porque de mí sólo aprenderéis lo que tal
vez os convenga ignorar toda la vida: a desconfiar de vosotros mismos.
Lo fusilamos de: Antonio Machado, Juan de Mairena, 2 tomos, Buenos Aires, Editorial Losada,
Biblioteca Clásica y Contemporánea, 1977.
Comentarios
Qué bueno volver a encontrar por aquí sus comentarios, siempre tan acertados. Por aquí estaremos conversando de libros y autores un buen tiempo. Va un abrazo.