Candelario Obeso se suicidó pegándose un tiro en el estómago a los treinta y cinco años. Pero le alcanzaron para estudiar ingeniería, derecho y ciencias políticas. Para batirse en duelos de amor no pocas veces y salir herido de algunos. Fue diplomático en Francia y educador por los lados de Magangué y la Sierra Nevada de Santa Marta. Esos treinta y cinco años le alcanzaron para traducir a Shakespeare, a Victor Hugo, a Byron, a Musset. Para escribir libros de enseñanza del inglés, italiano y francés, así como una Gramática de la lengua castellana. Le alcanzaron para escribir una obra de teatro, Secundino el zapatero, y dos novelas: La familia Pigmalión y Las cosas del mundo. Y para componer estos Cantos populares de mi tierra.
Los repaso y me da el mismo escalofrío que me dio la primera vez que los leí. En serio, se me eriza la piel, me baja algo por la espalda. En estos cantos hay una nuez, una esencia profunda, un encuentro con no sé qué raíz íntima. El que más se conoce de lo poco que se conoce esta obra es “La canción del boga ausente”, que arranca con esta estrofa dolorosa e inmortal:
Qué trite que etá la noche
La noche qué trite etá;
No hay en er cielo una etrella
Remá, remá
Candelario Obeso escribe en el idioma del boga, del negro: “su escrito rememora un habla ya irrecuperable”, dice Roberto Burgos Cantor en el prólogo de este libro. Y ahí en esa lengua prístina es que se ejerce esa conexión con lo más íntimo de uno. Claro que también en la compleja simplicidad de algunos de sus versos:
Siendo probe animale lo palomos,
A la gente a sé gente noj enseñan;
E su condúta la mejó cactilla,
Hay en sus moros efertiva cencia
Dice Obeso en “Lo palomos”. Con gran acierto esta edición de Arango Editores y El Áncora incluye “traducciones” de los poemas, y vale la pena citar la de esta primera estrofa de “Los palomos”, dedicado a Rafael Pombo: “Siendo pobres animales, los palomos/ A la gente a ser gente nos enseñan/ Es su conducta la mejor cartilla/ Hay en sus modos efectiva ciencia”.
Pero no todo es tristeza, soledad o pedagogía en Obeso, también hay un montón de picardía: “Merejirda Rosale,/ La re Pinillo/ Ricen que no cré en bruja/ Ni en malificio;/ Si se me pone/ ¡Jacé puero a la endina/ Que me enamoire!” (“Hermenegilda Rosales,/ La de Pinillos,/ Dicen que no cree en brujas/ Ni en maleficios;/ Si yo quiero,/ ¡Hacer puedo a la indigna/ Que me enamore!”).
Además de esa sensación de conexión profunda, siempre que regreso a estos Cantos populares de mi tierra se me vienen las mismas preguntas. Dentro de los autores decimonónicos colombianos, ¿por qué siempre José Asunción, por qué don Tomás, por qué Isaacs? Sin duda ellos, pero ¿por qué no también Obeso? ¿Por qué era negro?
Candelario Obeso, Cantos populares de mi tierra, Bogotá, Arango Editores y El Áncora Editores, 1988, 80 páginas.
Los repaso y me da el mismo escalofrío que me dio la primera vez que los leí. En serio, se me eriza la piel, me baja algo por la espalda. En estos cantos hay una nuez, una esencia profunda, un encuentro con no sé qué raíz íntima. El que más se conoce de lo poco que se conoce esta obra es “La canción del boga ausente”, que arranca con esta estrofa dolorosa e inmortal:
Qué trite que etá la noche
La noche qué trite etá;
No hay en er cielo una etrella
Remá, remá
Candelario Obeso escribe en el idioma del boga, del negro: “su escrito rememora un habla ya irrecuperable”, dice Roberto Burgos Cantor en el prólogo de este libro. Y ahí en esa lengua prístina es que se ejerce esa conexión con lo más íntimo de uno. Claro que también en la compleja simplicidad de algunos de sus versos:
Siendo probe animale lo palomos,
A la gente a sé gente noj enseñan;
E su condúta la mejó cactilla,
Hay en sus moros efertiva cencia
Dice Obeso en “Lo palomos”. Con gran acierto esta edición de Arango Editores y El Áncora incluye “traducciones” de los poemas, y vale la pena citar la de esta primera estrofa de “Los palomos”, dedicado a Rafael Pombo: “Siendo pobres animales, los palomos/ A la gente a ser gente nos enseñan/ Es su conducta la mejor cartilla/ Hay en sus modos efectiva ciencia”.
Pero no todo es tristeza, soledad o pedagogía en Obeso, también hay un montón de picardía: “Merejirda Rosale,/ La re Pinillo/ Ricen que no cré en bruja/ Ni en malificio;/ Si se me pone/ ¡Jacé puero a la endina/ Que me enamoire!” (“Hermenegilda Rosales,/ La de Pinillos,/ Dicen que no cree en brujas/ Ni en maleficios;/ Si yo quiero,/ ¡Hacer puedo a la indigna/ Que me enamore!”).
Además de esa sensación de conexión profunda, siempre que regreso a estos Cantos populares de mi tierra se me vienen las mismas preguntas. Dentro de los autores decimonónicos colombianos, ¿por qué siempre José Asunción, por qué don Tomás, por qué Isaacs? Sin duda ellos, pero ¿por qué no también Obeso? ¿Por qué era negro?
Candelario Obeso, Cantos populares de mi tierra, Bogotá, Arango Editores y El Áncora Editores, 1988, 80 páginas.
Comentarios
En cuanto lo de los decimonónicos, estoy de acuerdo. ¡Que metan a Candelario al santoral! Es hora de que se haga justicia con ustedes los afrodescendientes.
Mucho para una muchacha tan simple como yo...
El canaya.
Y de El olvido que seremos ha escrito mucha gente. En El Malpensante de hace unos cuantos meses y en Número de hace un poquito menos hay buenas reseñas de ese gran libro. Por no decir en casi cualquier revista que se ocupe de libros o cultura en Colombia.
Muchas gracias.