Las correcciones, de Jonathan Franzen


Cómo comienza uno de entusiasmado estas novelas de los escritores americanos menores de 45, 50. Cómo comienzan ellos de animosos, de puntillosos, de brillantes. Como van hilvanando en frases perfectas un montón de observaciones inteligentes sobre su entorno, sobre la cultura americana. Cómo dibujan esos personajes casi como para que uno converse con ellos; vaya acabados los de esos personajes. Y cómo va uno, con esos personajes y con esos autores, cayendo en la fofera. Cómo comienza uno a sentir antes de la mitad de esas novelas, allá por la página 300 —coño, la prosa americana cada vez más precisa, más puntillosa, más perfecta, y al tiempo cada vez más extensa. ¿Acaso pasaron de moda para los agentes literarios las novelas de 180 páginas?—, el tedio, mientras esos autores se van perdiendo en divagaciones.

Y ahí, cuando uno está esperando que ruede por la lejanía la bola de heno definitiva para cerrar esa novela, ¡pum!: el autor toca la genialidad. En esta novela el golpetón te coge en la página 441, cuando Enid Lambert ve por una ventana de su crucero para viejos el cuerpo de su esposo senil camino al mar, luego de caer desde la cubierta superior. La visión es apenas de cuatro décimas por segundo, el cambio de tercio del sonambulismo a la genialidad apenas en un párrafo. Otros tres párrafos más allá está uno en el capítulo siguiente, “El generador”, y se encuentra otra vez en medio de las luces.

Esa manera que tiene Las correcciones de enfocar las diferentes historias, esas genealogías que construye de muy distintas maneras y que cobijan un montón de detalles de lo que son los Estados Unidos en los noventa hacen que valga la pena leerla.


Jonathan Franzen, Las correcciones, traducción de Ramón Buenaventura, Barcelona, Seix Barral, 2002, 734 pp. Se consigue en librerías de saldos por 20.000.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Sí. Parece que las novelas de 180 páginas están en vía de extinción.